domingo, 2 de mayo de 2010

Hermanita!!

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viernes, 26 de marzo de 2010

Teoría del vago

Para todos aquellos que no la conozcan, esta "teoría" la escribí hace unos meses, y ayer, por causa de un nuevo examen, me vi obligado a ponerla en práctica de nuevo. Por ello creo que debería poneros al corriente sobre su existencia... Además viene bastante al caso porque actualizo el blog de la manera más vaga posible...
Imaginémonos un mundo posapocalíptico, o sino un mundo, para hacerlo más comprensible y dismunuir la dificultad de comprensión de la idea, un microcosmos, un sistema menos complejo, por ejemplo, un piso Erasmus.

Pues bien, nos encontramos en este paisaje desértico, exceptuando las latas de cervezas, la basura, la ropa sucia, el polvo, vamos no tan desértico, sino lleno de una flora y fauna bastante indeseable...

La pregunta que al habitante original de este piso (el mal denominado estudiante) se le plantea es, ¿hay alguna forma de evitar que la entropía, que el caos gane esta partida que se plantea una y otra vez hasta el fin del año?

Pues bien, he aquí que, a pesar de que todos los pronósticos se encuentran en contra, se ha encontrado una respuesta positiva a este interrogante, y, como todas las maravillosas y geniales respuestas, es de una simpleza inimaginable.

Basta ponerle al dichoso estudiante Erasmus algo que estudiar (examen, trabajo, assigment, diferentes nombres para una herramienta de descomunal eficacia) y una fecha límite (a ser posible acorde con el momento temporal en que se desea vencer temporalmente al Caos).

El organismo ahora se enfrentará a la dicotomía habitante-estudiante, y en el 100% de los casos testados, el estudiante reniega de su naturaleza, pues aunque creía que su enemigo natural era la entropía, dicha premisa resulta falsa, y descubre en el estudio a su definitivo Némesis. Por lo tanto, y con el lógico objetivo de rehuirlo, el estudiante hará todo de lo que nunca se había creido capaz, lo cual traducido en tareas precisas, se concretará en hacer la colada, limpiar la habitación, la cocina, incluso escribir blogs estúpidos...

Todo ello con la intención de posponer la lucha, pero esta es inevitable, y lo único que lamento, es que escribir esta perogrullada únicamente ha ocupado 15 minutos de mi vida, y ya no tengo ropa ni piso que limpiar, me va a tocar trabajar.


Dolor

Duele. Duele mucho. Puede que sea Romeo y Juelieta, Hamlet, Titanic, o cualquier obra de amor dramática la que nos venga a la cabeza, incluso El diario de Noah, pero el caso es que no consiguen expresar este puñal que nos atraviesa el estómago.

Porque ese puñal duele. Y duele más de lo esperado. Lo peor de todo es que todos sabíamos que llegaría, incluso ella, incluso yo. Yo se lo dije. Me va a doler, recuerdo mis palabras mientras nos desnudábamos sin saber lo que eso significaba. Ni de lejos. Ingenuo, idiota, torpe, no hay adjetivos para expresar cuán tonto he sido...

Pero se lo dije. Me va a doler... Cómo si supiera más de la vida que ella... Cómo si supiera más de la vida que la vida misma. Pero la vida es muy puta. Se las guarda todas. Yo me creo irónico y ella espera. Y tampoco le hace falta esperar mucho. Las oportunidades para reírse de gentuza como yo abundan... Y hoy fue el día.

Maldigo inútilmente el principio. Maldigo cuando besé por primera vez sus labios. Maldigo a Dios. Maldigo al Diablo. Maldigo a todos, pero sobre todo sé que me maldigo a mí mismo, porque la culpa es mía, porque yo me lo busqué. Puede que fuera inocente al principio, ¿por qué no? Pero no después, y lo peor de eso es que yo lo sé, sé que era un juguete, sé donde me metía, creí que sabía lo que era el dolor. Pero no. Creedme, duele, duele mucho.

Recuerdo cuando ella me lo dijo. No soy para ti. Gracias por el consejo. Pero pierde valor si estás en mi habitación quitándote la camiseta. Suena a excusa. Podrías haber avisado. Un poco más de ímpetu hubiera estado genial, créeme. Porque mi estómago no está conmigo, está sintiendo un harakiri tras otro mientras yo finjo estar bien.

Porque eso es lo peor. Que sin saber por qué, escondo mis ganas de gritar. Mis ganas de correr, de maldecir, de mandar a todos a visitar a sus respectivos antepasados, con todos mis respetos, por supuesto. Porque lo que más me jode, con perdón de la expresión (y de las que seguirán) es seguir poniendo esa sonrisa de payaso, de gilipollas, de todo va bien, de tomemos un chupito más al llegar a casa...

Pero es que hay que ser español para ser tan estúpido. Porque también pensé: esto tiene fecha de caducidad, que más da... Y no da igual, porque no sé si os lo comenté, pero era soy y seré para ella (maldita ella) un juguete, una diversión, un entretenimiento, un ente sin sentimientos que sirve para que ella, y sólo ella (maldita ella) se sienta mejor. Pero siento, y no quiero sentir, y no quiero sonreír, y sonrío, y quiero hablar con alguien, pero me callo, y sonrío, eso me mata, esa sonrisa, esa mueca, ese esperpento que trata de simular una cara feliz o por lo menos una cara humana, y el único propósito de esa sonrisa es no dejar traslucir al monstruo que acecha en mi interior, ése del que os hablé, el que quiere gritar, correr y maldecir, pero como siempre, como buen chico que soy, lo mantengo bajo control... Me cago en mi autocontrol...

Pues esto es lo que siento hoy. Los pesimistas dirán que la vida es una mierda. Los optimistas dirán que la vida enseña a base de palos, o de hostias. Pues preferiría ser un ignorante, que en la ignorancia está la felicidad, y por lo que sé la sabiduría duele. Duele mucho. Así que este es mi grito, este es mi monstruo, del que os hablé, espero que alguien se apiade de mí.

Y que duela menos. Eso también.

domingo, 14 de marzo de 2010

Creencias

No creía en nada. No es que fuera ateo, no, para eso hacía falta una enorme cantidad de fe que él no tenía. Le faltaban fuerzas para ello. Simplemente, la vida le había defraudado. Como diría la canción, siempre igual.

Su vida prometía. Él mismo recordaba como si fuera ayer aquel momento, hace más de 25 años, en que se licenciaba en Historia como uno de los primeros de su promoción. Entonces no le temía a nada, nada podía fallarle. Tenía a sus amigos. La tenía a ella. Tenía todas las puertas abiertas para escoger su futuro. Un futuro que le retaba, emocionante, desafiante, lleno de oportunidades y en el cual él siempre ganaba. Estaba dispuesto a enfrentarse al Universo y sí, cierto, nada podía fallarle.

Se ríe ahora de esos recuerdos. Que irónica es la vida. Como le gusta putear.

Se mira en el espejo él mientras se cambia, recién cumplidos los 50, ganando barriga, perdiendo pelo y perdiendo las ganas de pelear por algo mejor. Y sus amigos, que habían visto la cuesta abajo de su vida (cómo para no verla) habían creído que esto era la solución. ¿Esto? Mientras se ponía la ropa térmica, los tres pares de calcetines y las cuatro camisetas se acordaba de las familias de algunos.

Estas mal llamadas amistades habían creído que el regalo perfecto por su quincuágesimo aniversario era un viaje al norte de Finlandia, a Laponia, para que tuviera la "oportunidad única" de ver la aurora polar, boreal o como quieran llamarla. Para conectar de nuevo, reflexionar, y para que en el viaje tuviera tiempo de acabar de leer "La Náusea" de Sartre. Pues lo primero él lo dudaba mucho, pero en lo segundo ya le había marcado un gol al franchute ese, que más aburrido no podía ser, y había acabado regalando el libro a una valenciana que había encontrado allí, que decía interesarse por la filosofía mientras le explicaba a él la idea del Demiurgo aristotélico.

Llevaba ya una semana allí y había salido todas las noches a encontrarse con la Aurora esa, y como en todas las grandes citas de su vida, sólo había sentido decepción, vacío y mucho frío. Decía la predicción que esta noche, por fin, el cielo estaría despejado y que, con suerte, se encontrarían de una vez por todas. Tampoco es que se muriera de ganas por salir ahí fuera, pero necesitaba una foto para no volver con las manos vacías ante sus conocidos, así que, que diablos, de nuevo al frío.

Esta vez se fue solo a un lago helado que había encontrado a un par de kilómetros de su cabaña, estaba harto de la cháchara inútil y consabida de sus compañeros de viaje. Estaba cansado de escuchar lo de los protones y los electrones que chocaban con los átomos de nitrógeno y oxígeno guiados por el campo magnético de la tierra. Cualquiera podía leer una guía de viaje, o incluso la wikipedia. Por lo menos, ayer, al listillo de turno, de Santander el muy majo por cierto, le había dado por explicar como los índigenas de esas tierras (saami o algo así) creían que la aurora bolear no era más que el reflejo de las chispas que se producían cuando las colas de los zorros chocaban con la nieve de los montes lapones. Incluso se había aprendido la palabra finesa: revontuli. Ole tus huevos chaval. Si con eso no se llevó al catre a la filósofa valenciana...

Así que hoy se encontraban él y su música, única fiel compañera en el viaje de su vida, mirando al cielo en medio de ninguna parte, en una zona donde vivía una persona por cada dos km cuadrados y donde el hospital más cercano en el caso, cada vez más probable, de que se le congelaran los dedos de los pies, estaba a 350 km de distancia.

Y de repente, después de 15 minutos de espera, la vio. Se había formado de repente. Era verde, en su mayor parte. No, era roja, a veces. Se movía a una velocidad díficilmente atribuible a una masa en medio del cielo. Aunque moverse no era la palabra adecuada, se desplazaba, bailaba... Era hipnotizante... Era precioso... Creía que era lo más bonito que el Universo podía enseñarle, pero no, él decía que no creía... ¿Porqué no? Cada vez que observaba la aurora sentía como un puñetazo cósmico que le destrozaba las entrañas... No quería volver a soñar... Le había llevado tiempo aislarse, construir esos muros alrededor de sí mismo que una masa de partículas atómicas estaba destrozando en tan poco tiempo... O puede que las chispas de la cola de un zorro... ¿Porqué no? Ahora eso le parecía plausible. Era doloroso. Pero se sentía vivo. Mucho tiempo después, se sentía vivo.

Y aunque no sabía en qué, ni le importaba lo más mínimo, mucho tiempo después, creía en algo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Instantes

Hay instantes que lo cambian todo. En este universo de incertidumbre física en el que tenemos la suerte o la desgracia de vivir hoy en día, Uno fue capaz de encontrar aquella fria y sucia noche su origen de coordenadas. Si bien todo ahí fuera es una incógnita, es vacío, es caos, es entropía, por un momento, unas horas, Uno se dio cuenta de que en aquella cama destartalada, en un ambiente que olía a cerveza barata y perfume caro, él conocía todas las respuestas. O al menos aquellas que importaban.

Uno, un tipo como cualquier otro, acostumbrado a trabajar con probabilidades, jamás creyó que aquella taciturna melena negra fuera a ser algo más que aquella taciturna melena negra. Pero lo fue, y en una habitación de un dueño desconocido, él desentrañó los misterios de la física, él refutó a Heisenberg y su romántica incertidumbre. Porque saber también es bello.

En ese microcosmos perfecto, el mundo no estaba vacío, los átomos seguían de nuevo el modelo de Thomson, y Uno conocía con absoluta certeza donde estaban los labios que él quería, y a que velocidad besarlos. Y sin embargo, sin saber muy bien el porqué, siguiendo la más estúpida lógica de todas, Uno salió de la cama, y se despidió de aquella taciturna y maravillosa melena negra pensando que su mundo había cambiado para siempre. Pero, por supuesto, nada volvió a ser lo mismo de aquella noche pero todo volvió a ser lo mismo de la anterioir y la melena negra fue más taciturna, y nunca más maravillosa... Y Uno se preguntó porqué salió aquella habitación.

Hay instantes que lo cambian todo.